El 5 de junio de 1465, en
los alrededores de Ávila, se produjo uno de los hechos más infames y deplorables
de la historia medieval española, en el que un grupo de nobles castellanos
depuso al rey Enrique IV de Castilla, representado por un muñeco, y proclamó
rey, en su lugar, a su hermano el infante Alfonso. Esta ceremonia fue llamada
“La Farsa de Ávila”, nombre con el que ha pasado a la historia. Los hechos
fueron los siguientes:
La Liga nobiliaria,
impulsada por el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo, el maestre de Calatrava,
Pedro Girón y el marqués de Villena, Juan Pacheco, antiguo favorito del monarca
y cabecilla del movimiento nobiliario, se había enfrentado abiertamente con el
rey Enrique IV. Por parte real, la idea de constituir una Hermandad General,
propuesta por los procuradores de Segovia, prendía poco a poco entre la
población difundiendo principios de lealtad al trono.
Los nobles de la Liga se
decidieron a un acto sin precedentes, e incalificable, hasta entonces en
Castilla: el 5 de junio de 1465 alzaron un tablado junto a las murallas de
Ávila, colocaron en él a un muñeco con los atributos regios, que fueron
arrancándoselos uno a uno en medio de mofas a la persona del rey. A
continuación, arrojaron al pelele del trono y sentaron en él al joven infante
Alfonso, hermano del Rey, al que titularon como Alfonso
XII.
El cronista de la época
Enríquez del Castillo, cronista y capellán de Enrique IV, nos ha transmitido un
relato espléndido de la deposición simbólica del
rey:
"mandaron hacer un cadahalso... en un gran llano, y
encima del cadahalso pusieron una estatua asentada en una silla, que descian
representar a la persona del Rey, la cual estaba cubierta de luto. Tenía en la
cabeza una corona, y un estoque delante de si, y estaba con un bastón en la
mano. E así puesta en el campo, salieron todos aquestos ya nombrados acompañando
al Príncipe Don Alonso hasta el cadahalso...
Y entonces...mandaron leer una carta mas llena de vanidad
que de cosas sustanciales, en que señaladamente acusaban al Rey de quatro
cosas:
Que por la primera, merescia perder la dignidad Real; y
entonces llegó Don Alonso Carrillo, Arzobispo de Toledo, e le quitó la corona de
la cabeza. Por la segunda, que merescia perder la administración de la justicia;
así llegó Don Álvaro de Zúñiga, Conde de Plasencia, e le quitó el estoque que
tenía delante. Por la tercera, que merescia perder la gobernación del Reyno; e
así llegó Don Rodrigo Pimentel, Conde de Benavente, e le quitó el bastón que
tenía en la mano. Por la quarta, que merescia perder el trono e asentamiento de
Rey; e así llegó Don Diego López de Zúñiga, e derribó la estatua de la silla en
que estaba, diciendo palabras furiosas e
deshonestas.
El nuevo rey Alfonso XII
fue considerado un títere en manos del marqués de Villena y no fue aceptado por
la mayoría del país, que se mantuvo leal a Enrique IV. La situación degeneró en
disturbios que duraron hasta la muerte de Alfonso en 1468 y el sometimiento de
su hermana Isabel a la autoridad de Enrique.
Más adelante, el marqués
de Villena y los partidarios de Alfonso rompieron con Isabel y, al morir Enrique
en 1474, apoyaron a la princesa Juana «la Beltraneja» como heredera al
trono. Estalló así la Guerra de Sucesión Castellana, que se prolongaría hasta
1479, con la victoria definitiva de Isabel de
Castilla.
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