20 de diciembre de 2011

Muere el escritor Jacinto Herrero


Jacinto Herrero Esteban, querido y respetado profesor, excelente persona, magnífico poeta, sacerdote siempre cercano, falleció ayer en Ávila, la ciudad que en reconocimiento a lo mucho que le había dado le concedió el título de Hijo, a la edad de 80 años.
Nacido en la localidad morañega de Langa en enero de 1931, Jacinto Herrero inició sus estudios de Bachillerato en el instituto de la calle Vallespín de Ávila, los continuó en Valladolid y los acabó donde los había comenzado. Se inició a la edad de 16 años en la tarea de escribir poesía, un arte en el que con el paso del tiempo demostró ser un brillante hacedor de versos, un creador más hondo que prolífico que supo aunar con excelente tino lo intelectual con el apego a su tierra y a las gentes que la habitan.
Entró en el Seminario de Ávila a la edad de 18 años, siguiendo el impulso de lo que entonces se llamaban ‘vocaciones tardías’, centro de formación religiosa en donde encontró apoyo y complicidad para desarrollar sus inquietudes poéticas en la persona de Baldomero Jiménez, rector en aquel momento, el cual encomendó al joven de Langa la responsabilidad de coordinar la revista Cenáculo, publicación de espíritu libre (como lo fue siempre el de Jacinto) que aprovechó para dar a conocer en la vieja Ávila a escritores como Hierro, Bousoño o Valverde.
En 1956 fue ordenado sacerdote, e inmediatamente marchó a Nicaragua para desarrollar allí una labor pastoral que ejerció con entusiasmo y una apertura de miras admirables para aquella época y en aquel ‘peligroso’ país. Compatibilizó su labor religiosa con su creciente afición por la poesía, fruto de la cual fue un notable corpus de poemas que encontraron buen acomodo en la prensa nicaragüense y en una separata de los respetados Cuadernos Hispanoamericanos.
En 1959 volvía el joven cura a su tierra natal, encontrando como primer y breve destino la localidad de Madrigal de las Altas Torres, desde la que pasó luego a la cercana Monsalupe. Fue en este segundo destino, en el que estuvo hasta 1961, donde Jacinto comenzó a escribir poesía de manera habitual y donde, contaba divertido, «escribí mi primer soneto en condiciones».
Su primer libro. Una selección de versos escritos en Monsalupe, en Madrigal de las Altas Torres, en Nicaragua y en el Seminario dio como fruto el primer poemario publicado por Jacinto Herrero, un libro que en homenaje al pueblo en el que había estado tituló El monte de la loba y que convirtió en el número 2 de la colección de poesía que él mismo creó, titulada El toro de granito, y que tantas alegrías ha dado a la literatura abulense hasta el presente. De la calidad de la poesía del joven y humilde poeta abulense, que tras quedar finalista en el Premio Boscán con El monte de la loba hubo de editarlo él mismo tras muchos meses de espera en vano para encontrar quien se lo publicase, dio fe el hecho de que «gustase mucho» a un poeta consagrado como entonces ya era Dámaso Alonso.
Tras profundizar en su formación con los estudios de Filología Románica en la Universidad Complutense de Madrid y con una beca que le llevó hasta Italia, en 1965 publicó su segundo libro, Tierra de conejos, un poemario «con sabor a campo» que le dio la alegría de hacerse con el premio Rocamador.
En 1969, cuando ya ejercía como profesor de Lengua y Literatura en el Colegio Diocesano, dio a la imprenta el magnífico Ávila la casa, poemario que consolidó entre la población abulense la denominación de cura-poeta con la que empezó a ser conocido.
Respetado y querido, convertido en un representante indiscutible de la mejor poesía y del apostolado de la inquietud intelectual entre sus alumnos, fueron viniendo luego otros libros que ahondaron su huella de intelectual capaz de decir mucho y muy bien: La trampa del cazador (1974), un «libro de rebeldía interna dedicado a Nicaragua y a gente perseguida como San Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Fray Luis de León o Lope de Vega»; El solejar de las aves (1980), la realidad de Castilla reflejada a través de sus pájaros, tan amados por el poeta; Los poemas de Ávila (1982); En Ávila sin ira (1991), un peregrinaje interior; La golondrina en el cabrio (1992), una celebración del mundo clásico grecolatino y de la Biblia; Ávila en el 98 (1998), una revisión de la mirada que lanzaron los noventayochistas sobre Ávila y su historia; Analecta última (2003); La herida de Odiseo (2005), Premio Fray Luis de León de Poesía; Grito de Alcaraván. Antología (2006) y Escritos recobrados (2007).
A esa producción se suma la que Jacinto regalaba a sus amigos cada Navidad, como un tesoro íntimo lleno de generosidad y belleza, en forma de poemas que llegaban anunciado la buena del año nuevo y recordando que siempre estaba pendiente de ellos.
El cuerpo de Jacinto Herrero descansará a partir de hoy en el cementerio de su localidad natal, donde será enterrado tras una ceremonia que comenzará a las cuatro de la tarde.
Ávila le echará de menos.  (Fuente Diario de Avila)


   Fue un gran profesor, y lo seguira siendo en nuestros corazones, durante cuatro años nos dio clase de literatura, donde nos inculco su amor a las letras y nos dio a conocer a los clásicos; era grato escuchar su emoción al hablarno mientras en sus manos llevaba un torozo de papel que terminaria siendo alguna figura, aun conservo una palomoaque me dio al terminar la clase. Siempre estara con nosotros.


http://es.wikipedia.org/wiki/Jacinto_Herrero

Esas nubes de frío, no de agua
teñidas de carmín, los alocados
vuelos y gritos de estorninos grises
que disputan su espacio entre los árboles
para dormir; los perros vagabundos
que señalan su propio territorio
de esquina a esquina; niños que juegan
ajenos a la luz atardecida;
ventanas que se encienden de amarillo
claror. Una tibieza oscura en casa
le recibe. No intentes saber nada.
Si oyeses fuera pasos en la noche
y voces que atraviesan el silencio,
trata en la calma de salvar tus sueños.

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